martes, 16 de abril de 2013

Lo prometido

He hecho algunas promesas últimamente sobre el blog y la verdad es que me cuesta mucho cumplirlas.
Resulta bastante complicado, aunque desde fuera pueda no parecerlo, el poder tener al día este pequeño espacio de literatura y gastronomía, al cual debería cuidar como a un hijo, dándole de comer todos los días.

A mi alrededor, a los que quiero, han decidido alinearse en contra del sobrepeso y embarcarse en una dieta libre de hidratos de carbono y grasas, que hace la convivencia de un ser gastronómico como yo casi imposible.
No quiero ver más ensaladas de espinacas, o zanahoria rallada. Le estoy cogiendo tirria al pollo en cualquiera de las posibles formas de cocción; asado, frito, plancha, cocido e incluso al vapor. Y no hablar del caldo de pollo desgrasado con puerros. He llegado al límite.

Así qué,  infamemente, el otro día rapte la voluntad de uno de ellos, de esos soldados de la operación bikini, y aprovechando que a las 10 semanas de dieta, se les está permitido el pecar con algo de pasta, le propuse unos spaghetti a la carbonara.

He de recordar, que la elección fue casi fortuita, pero muy acertada, ya que este plato, a pesar del contenido en carbohidratos de la pasta, no abusa de las grasas y ello no le resta en sabor.

Y otra anotación que me gustaría hacer, es que, defensor como soy de las recetas originales, en esta ocasión he usado productos algo menos convencionales y más patrios que los originales, pero eso lo explicare al final. Ahora, la receta. 

-Cocer los spaghetti al punto que uno quiera. Lo preferible es al dente, pero no a todo el mundo le gustan. Como consejo particular aconsejo usar linguini de la marca De Cecco. Son algo más caros pero merecen la pena. En caso de no encontrarlos, Bavette de Barilla funcionan también muy bien.
-Mientras se cuecen la pasta, cortar tiritas de ' panceta' italiana ( leído pancheta, que es algo ahumada) como de 2 centímetros, con su grasita y todo.
-poner a freír en una sartén a medio fuego para que la grasa se licue.
-A parte, en un bol, poner una yema de huevo por comensal, una cucharadita de queso parmesano rallado y una pizca de sal, y batirlo todo junto. Yo aquí, y esto no es muy profesional, le echo una cucharadita de leche para que el huevo no cuajé tan rápido. Pero atención: olvidad la nata, sólo aporta grasa!!
-Cuando la pasta esta en su punto, colar, sin escurrir y echar sobre la pancheta. Dar unos golpes de mano con la sartén para que los spaghetti se empapen de la grasa derretida.
-Retirar del fuego. Rápidamente, echar la mezcla de huevo y queso removiendo constantemente.
-El calor de la pasta cocerá  el huevo, pero al moverlo con entusiasmo, este quedará adherido a la mayor superficie posible de pasta.
-Emplatar y moler mucha pimienta negra por encima, pero no finamente, sino bastante gruesa. Debe parecer polvo de carbón.
- Ha sonado la campana? Ah, por eso se llama carbonara ! Pues claro!


Y ahora voy a confesar los pecados cometidos con el plato:
En primer lugar no tenía pancheta italiana, y como la única que tenía era de ibérico curada, así pues, usé esa.
Y segundo, aunque tenía un trozo de queso parmesano que podía rallar, usé otro queso: un trozo de San Simón gallego ahumado, duro y seco que había rallado en el robot de cocina.

Pues así quedó de bueno, y al final conseguí el ahumado prometido por el queso en vez de por la panceta!!

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